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martes, 19 de enero de 2010

Natanael, podía haber sido así o tal vez de otra forma.

Salí a la calle, llevaba una maleta y un montón de sueños, era el día y la hora en que habíamos quedado para irnos, Natanael. Como aún tenia tiempo fui caminando a la estación del tren, desde allí íbamos a partir hacia no sé donde, realmente nos daba igual, lo importante era la cantidad de vida que se abriría a nuestro paso. Hablamos mucho antes y hace una semana lo decidimos, no nos queda tiempo para vivir la mitad de la vida que se nos debe, así que no importan las consecuencias, no importa nada; solo había un motivo, no llegar al final, hundido, por la cantidad de cosas que dejaste sin hacer.



La primera escala, recuerdas Natanael, era Granada, tres días para visitar la Alhambra, el Generalife y entrar en las tabernas del Sacromonte, la cosa prometía, desde allí, al primer país que íbamos a visitar, y este era Egipto, la cuna de un pensamiento cuyas raíces se esparcieron por todo el mundo hasta desaparecer, pero quería pasear por el Nilo, y por Alejandría y tomar un café con Naguib Mahfuz en el Cairo.



Después llegaría Grecia, Natanael, y sus islas, y tomar el sol en una playa y comer musaka, y beber ese vino fuerte que solo los audaces saben beber, como decía Kavafis, y emborracharme con sus aguas claras y sentir el peso de Sócrates, Aristóteles, Platon, Alejandro, etc. sobre mis hombros. Islas como Corfu, Itaca (Dios mío, que de recuerdos) Mikonos, Rodas. El tiempo que estaríamos aquí dependería, como siempre, de cómo nos organizásemos la vida, si vivir como Platón o como un turista, pero todo se andará.



El paso siguiente nos llevará a Estambul, un paseo al atardecer por el Bósforo y la visita a Santa Sofía, a la Mezquita Azul, al Gran Bazar, después callejear y tomar un té con hierbabuena en algún Cay Bahcesi. Y como no, una excursión a Capadocia.
Como ves, siempre tiendo hacia el sur, en busca de esas playas, ese sol, esas palmeras y esos cafés ruidosos con olor a sándalo. Porque me gustará eso desde niño, Natanael?.

De repente la rueda de la maleta se encalló en un sumidero, intenté tirar de ella pero si lo hacía demasiado fuerte la rompería, andaba ya justo de tiempo en ese momento y empecé a ponerme nervioso, tiré fuerte, rompí la maleta, caí al suelo y me fracturé un hueso del brazo; mucho me dolía, no iba a ser capaz de llegar en condiciones al tren, renqueando como podía conseguí entrar en la estación, pero ya era demasiado tarde, el tren ya había salido, llorando, no sé si mas por la partida o si por el dolor del brazo, me senté en un banco y entonces te acercaste a mi y me dijiste: no llores, siempre habrá otro. Te miré y te dije: creo que ese era mi último tren. Entonces empezó a llover.



Creo que esto al final acababa en Ibiza en una pequeña casa en la ladera de un monte más alta que el horizonte, quiero tener buena vista, con una terraza y unos lagartos al sol.

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