¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, nuestro espantoso viaje ha terminado. La nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el anhelado premio. Próximo esta el puerto, ya oigo las campanas y el pueblo entero te aclama, Siguen con sus miradas la estable quilla, la audaz y soberbia nave. Mas, ¡ay! ¡oh, corazón!, ¡mi corazón!, ¡mi corazón! No ves las rojas gotas que caen lentamente, allí en el puente, donde mi capitán yace extendido, helado y muerto. ¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, ¡levántate para escuchar las campanas, Levántate! Es por ti que izan las banderas, es por ti que suenan los clarines. Son para ti estos ramos y esas coronas adornadas; Es por ti que en las playas hormiguean las multitudes; Es hacia ti que se alzan sus clamores, que se vuelven sus almas y sus rostros ardientes. ¡Ven, capitán! ¡Querido padre! Deja pasar mi brazo bajo de tu cabeza. Debe ser sin duda un sueño que yazca sobre el puente, extendido, helado y muerto. Mi capitán no contesta, sus labios siguen pálidos e inmóviles. Mi padre no siente el calor de mi brazo, no tiene pulso ni voluntad. La nave, sana y salva, ha arrojado el ancla, su travesía ha concluido; La vencedora nave entra en el puerto, de vuelta de su espantoso viaje. ¡Oh playas, alégrense; Suenen campanas! Mientras yo con doloridos pasos recorro el puente donde mi capitán yace, extendido, helado y muerto.
lunes, 19 de abril de 2010
Para que no se nos olvide, Natanael, ante todo somos poetas muertos.
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