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lunes, 19 de abril de 2010

Para que no se nos olvide, Natanael, ante todo somos poetas muertos.

¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, nuestro espantoso viaje ha terminado.
La nave ha salvado  todos los escollos,
hemos ganado el anhelado premio.
Próximo esta el puerto, ya  oigo las campanas y  el pueblo entero te aclama,
Siguen con sus miradas la estable quilla, la audaz y soberbia nave.
Mas, ¡ay! ¡oh, corazón!, ¡mi corazón!, ¡mi corazón!
No ves las  rojas gotas que caen lentamente,
allí en el puente, donde mi capitán yace extendido, helado y muerto.
¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, ¡levántate para escuchar las campanas,
Levántate! Es  por ti que izan las banderas, es por ti que suenan los clarines.
Son para ti estos ramos  y esas coronas adornadas;
Es por ti que en las playas hormiguean las multitudes;
Es hacia ti que se alzan sus clamores, que se vuelven sus almas y sus rostros ardientes.
¡Ven, capitán! ¡Querido padre! Deja pasar mi brazo bajo de tu cabeza.
Debe ser sin duda un sueño que yazca sobre el puente,
extendido, helado y muerto.
Mi capitán no contesta, sus labios siguen pálidos e inmóviles.
Mi padre no siente el calor de mi brazo, no tiene pulso ni voluntad.
La nave, sana y salva, ha arrojado el ancla, su travesía ha concluido;
La vencedora nave entra en el puerto, de vuelta de su espantoso viaje.
¡Oh playas, alégrense; Suenen campanas!
Mientras yo con  doloridos pasos 
recorro el puente donde mi capitán yace,
extendido, helado y muerto.

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