Fragmento del discurso de Albert Camús en la entrega del Premio Nobel, año 1957
Indudablemente, cada generación se cree destinada a
rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podría hacerlo, pero
su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga.
Heredera de una historia corrompida en la que se mezclan revoluciones
fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las
ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden
destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla
hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión, esa generación ha
debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de sus
amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y
de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros
grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la
muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el
tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la
servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura y reconstruir
con todos los hombres una nueva Arca de la alianza. No es seguro que
esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto
es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble
apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado al
momento, sabe morir sin odio por ella.
Es esta generación la que debe ser saludada y alentada donde quiera que se halla y, sobre todo, donde se sacrifica.
1 comentario:
¡Qué actuales son esas palabras!
¡Menos mal que la esperanza es lo último que se pierde... y siempre renace!
Salu2, Menalcas.
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