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miércoles, 2 de junio de 2010

Natanael, pasaremos por el albergue y Gide nos llevará a la embriaguez

Albergues.
He conocido el vino fuerte de las posadas, que se repite con un gusto de violeta y procura el sueño espeso del mediodía. He conocido la embriaguez del crepúsculo, cuando parece que toda la tierra vacila bajo el peso de vuestro potente pensamiento.


Natanael, te hablaré de la embriaguez.
Natanael, con frecuencia la saciedad más simple fue para mí una embriaguez, tan ebrio de deseos estaba ya de antemano. Y lo que buscaba por los caminos no era, desde luego, tanto un albergue como mi hambre.
Embriagueces del ayuno, cuando se ha caminado desde primera hora de la mañana y el hambre no es ya un apetito, sino un vértigo. Embriaguez de la sed, cuando se ha caminado hasta el anochecer.
La comida más frugal se me hacía en ese tiempo excesiva como una intemperancia y saboreaba líricamente la intensa sensación de mi vida. Entonces, el aporte voluptuoso de mis sentidos hacía de cada objeto que los tocaba como mi dicha palpable.
Conocí la embriaguez que deforma ligeramente los pensamientos. Recuerdo un día en que se reducían como los tubos de un catalejo; el penúltimo parecía siempre ya el más fino; y luego salía de él siempre otro más fino todavía. Recuerdo un día en que salían tan redondos que verdaderamente no había ya más que hacer que dejarlos rodar. Recuerdo un día en que eran tan elásticos que cada uno de ellos tomaba sucesivamente las formas de todos, y recíprocamente. Otras veces eran dos que, paralelos, parecían querer crecer así hasta el fondo de la eternidad. ....
Conocí la embriaguez que le hace a uno creerse mejor, más grande, más respetable, más virtuoso, más rico, etc., que lo que es.

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