Emilia Pardo Bazan
Al acabarse el repecho, volvió el jaco a
la sosegada andadura habitual, y pudo el jinete enderezarse sobre el
aparejo redondo, cuya anchura inconmensurable le había descoyuntado los
huesos todos de la región sacro-ilíaca. Respiró, quitóse el sombrero y
recibió en la frente sudorosa el aire frío de la tarde. Caían ya
oblicuamente los rayos del sol en los zarzales y setos, y un peón
caminero, en mangas de camisa, pues tenía su chaqueta colocada sobre un
mojón de granito, daba lánguidos azadonazos en las hierbecillas nacidas
al borde de la cuneta. Tiró el jinete del ramal para detener a su
cabalgadura, y ésta, que se había dejado en la cuesta abajo las ganas de
trotar, paró inmediatamente. El peón alzó la cabeza, y la placa dorada
de su sombrero relució un instante.
- ¿Tendrá usted la bondad de decirme si falta mucho para la casa del señor marqués de Ulloa?
- ¿Para los Pazos de Ulloa? -contestó el peón repitiendo la pregunta.
- Eso es.
- Los Pazos de Ulloa están allí -murmuró extendiendo la mano para señalar a un punto en el horizonte.- Si la bestia anda bien, el camino que queda pronto se pasa... Ahora tiene que seguir hasta aquel pinar ¿ve? y luego le cumple torcer a mano izquierda, y luego le cumple bajar a mano derecha por un atajito, hasta el crucero... En el crucero ya no tiene pérdida, porque se ven los Pazos, una "costrución" muy grandísima...............
- Los Pazos de Ulloa están allí -murmuró extendiendo la mano para señalar a un punto en el horizonte.- Si la bestia anda bien, el camino que queda pronto se pasa... Ahora tiene que seguir hasta aquel pinar ¿ve? y luego le cumple torcer a mano izquierda, y luego le cumple bajar a mano derecha por un atajito, hasta el crucero... En el crucero ya no tiene pérdida, porque se ven los Pazos, una "costrución" muy grandísima...............
1 comentario:
Salu2, Menalcas.
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